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Quisiera comenzar agradeciendo la oportunidad para dar un lugar a mi deseo por participar de este importante acontecimiento, en este paso desde un momento de concluir, enmarcado en la disolución de los grupos de la orientación lacaniana, hacia la inauguración en acto de la creación de la Sede NEL-Santiago, lo que, tomando palabras de Miller: «acaece al final de un proceso bajo la forma de un nuevo sujeto»[1]. Momento propicio para volver a pensar, con ustedes, desde esta nueva posición subjetiva, qué nos enlaza a esta comunidad y a la causa psicoanalítica.
Comenzaré retomando una pregunta con la que terminé una intervención luego del acontecimiento en Rio: ¿Cómo pensar las identificaciones y desidentificaciones en este nuevo tipo de lazo desde el significante/concepto Escuela, lazo distinto al significante grupo?
Esta pregunta podría ser una entrada posible para abordar los efectos de pasar de la lógica de grupos al de Escuela. Pensar, en el marco de un acto de Escuela, el lazo que nos reúne bajo este concepto, concepto que nos invita a encarnar la innovación lacaniana en la política institucional del psicoanálisis, y que orienta su saber hacer buscando amplificar la experiencia analítica. Bassols[2] propone pensar la Escuela como una experiencia de trabajo que se sostiene desde la posición analizante, agalma de la Escuela. Miller[3] nos plantea que Lacan buscó hacerse cargo de mantener el principio de la comunidad de la experiencia analítica, en esta apuesta por la conjunción entre el acto analítico y lo institucional.
La Escuela busca ir contra las identificaciones que componen una sociedad analítica, prescindir de sus ideales y apuntar a la incomodidad. Miller lo plantea en términos de que se mantenga una forma de suciedad y de no garantía. ¿Qué permite esto? Entre otras sostener la pregunta ¿qué es un analista? La Escuela se funda en la no identidad, no hay significante del analista. Cito a Miller: «debe ser el lugar donde no se sabe lo que es un analista»[4]. Así, se funciona con la ignorancia, situando a la Escuela como un conjunto lógicamente inconsistente, dado que está regida por el S(A tachado). Miller[5] dirá que esta inconsistencia de la Escuela es su agalma, en tanto que no se trata de funcionar bien.
Es por ello, entre otras razones, que los dispositivos del cartel y del pase ocupen un lugar privilegiado para producir la experiencia analítica desde otro modo de lazo. El pase por ejemplo, como dispositivo de investigación acerca de qué es un analista, permite articular la tensión entre el saber expuesto y el saber supuesto, y daría cuenta de la caída de las identificaciones del sujeto, con los restos de real que quedan de la relación con la inexistencia del Otro. ¿Qué consecuencias tiene esto para una Sede en creación en tanto una pertenencia a la Escuela tiene como orientación el Pase?
El que en la Escuela no se pretenda funcionar bien puede implicar cierta dificultad con lo insoportable del lazo, y en ese punto Tarrab[6] nos recuerda que lo insoportable no es exclusivamente el lazo con otros, sino que por sobre todo, lo insoportable de cada uno, poniendo en tensión la humanidad y la inhumanidad de la marca del encuentro con lo real, que es justamente lo que no entra en el lazo.
Esta tensión entre comunidad y soledad Tarrab la clarifica cuando la circunscribimos a la experiencia de la Escuela. Nos recuerda lo que Lacan sostiene en «El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada»: «si bien uno no está sino solo cuando se toca lo verdadero, ninguno sin embargo lo toca sino por los otros» [7]. Esta cita transita por una vereda opuesta a la psicología de las masas, y que más bien se sitúa desde la falta en el Otro, desde el agujero en el saber. Subraya de esta forma la paradoja que esto provoca pues, citando a Tarrab «también alrededor de ese insoportable se constituye el grupo»[8], anudándola con lo que podemos situar en el discurso analítico, dado el hecho de que no puede sostenerse por uno solo.
Si la Escuela se propone como un lugar para ir contra las identificaciones, en RSI Lacan plantea una vía inversa, convocándonos a la identificación al grupo: «¿Es que ustedes han escuchado hablar (…) de la identificación? la identificación en Freud, es muy simplemente genial. Lo que yo deseo es ¿qué? la identificación al grupo, porque es seguro que los seres humanos se identifican a un grupo; cuando no se identifican a un grupo, están fallados, están para encerrar. Pero no digo por eso a qué punto del grupo tienen que identificarse.»[9]
De lo anterior se puede desprender la idea de la Escuela como el espacio para el tratamiento de lo real que funda la comunidad analítica, identificándonos al punto del grupo donde, en soledad, «soy descompletado por lo real» y tal como los otros, «no estoy sino en el esfuerzo de subjetivar ese real»[10].
Este año hemos tenido la experiencia de esta conjunción en importantes actos de Escuela. Si interpretar tiene como efecto modificar el sujeto en curso de realización, ¿cómo subjetivar lo que ocurrió en Guayaquil? ¿Cómo una rectificación en el punto de identificación, por ejemplo respecto a un ideal de Escuela? ¿Cómo una intervención que amplifica la experiencia de una Escuela descompleta, No-toda, en un punto que hasta este momento, sin prisa, sigue con puntos suspensivos?
Una lectura posible es la de una intervención que produce una puesta en acto de la Escuela como un imposible, frente a lo que se hace necesaria una posición radicalmente intransigente, para seguir en movimiento y produciendo actos de Escuela, dado que, sabemos, algo pasa.
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