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TEXTOS | Creación de la NEL – Santiago
La orientación lacaniana, una política en el mundo
Clara M. Holguín, Presidenta de la NEL
Es posible que el título que sugiero suene algo pretencioso, ¡hacer de la política lacaniana una política en el mundo! ¿Pero, no es acaso lo que pretendemos hoy, cuando estamos en vísperas de crear una Sede de Escuela en chile?, ¿Que el psicoanálisis de orientación lacaniana tenga un lugar en el mundo, en este caso, el mundo chileno?
Nuestra orientación, que entendemos desde la perspectiva ética es conocida bajo la máxima: no retroceder ante el deseo. Pero no es el deseo del bien, ni de lo bello, ni tampoco el deseo de la salud o curar, sino que es un deseo inmanente, es decir, un deseo que implica ir más allá de los ideales y de los objetos que nos satisfacen, para querer lo que deseamos. Amor de cada uno por su propio no querer saber. (Sinthome)
El psicoanálisis apunta a acercarse lo más posible a este punto oscuro del no querer saber. Nuestra ética se organiza a partir de este no, el No hay relación sexual, desde donde puede surgir un deseo de saber. Es lo que propone y devela el discurso psicoanalítico. Posición analítica desde donde se nos convoca a hablar.
Hace menos de dos meses en Colombia se realizó un plebiscito, del cual seguramente Uds. tienen conocimiento, con el objeto de refrendar un proceso de paz, después de mas de 50 años de guerra. La abstención y el no de los colombianos decidió sobre la viabilidad de este acuerdo, que si bien no era el mas justo, como suele suceder cuando se trata de «todos», si era un acuerdo que abría la posibilidad de un cese, al menos por un tiempo, de lo que no cesa de no escribirse. La respuesta de los colombianos como otras respuestas mundialistas, tales como la británica o americana, con Trump, así como las políticas de nuestros compatriotas latino-americanos y/o europeos, muestran la fragilidad del lazo social de la época, donde impera el poder del superyó, frente a la debilidad del nombre.
El desconcierto frente a las decisiones ha sido abrumador. Las voces en el diván, ponen de manifiesto un clima pasional que se despliega entre la tristeza, el desconsuelo, la rabia y el odio. Es la presencia del enemigo, que ahora toma la cara de Donald.
Se constata no solo el riesgo de no poder detener la desmesura, ese odio visceral, sino y principalmente, que mas allá del otro, llamado, nazis, los militares, los vecinos o los extra-terrestres -y es de esto de lo que el analista, por su formación está advertido- el mal está en el interior del lazo íntimo, de nuestro país, en nuestras familias. El mal está adentro.
Es desde esta posición, que hace al analista incauto de lo real, que me autorizo a pensar la orientación lacaniana como una política en el mundo. El analista no es sin la pulsión de muerte. El psicoanálisis, al contrario del discurso del Amo, propone su reverso y con ello se diferencia de la psicoterapia que trabaja en alianza con éste. «El psicoanálisis no logra ser un obstáculo para que las cosas marchen demasiado bien, si no logra convertirse un poco, como solía decir Graciela Brodsky, en el palo en la rueda del amo».
Allí, donde hay identificación, el psicoanálisis propone la des-identificación; allí donde hay lo Universal, el todos, el psicoanálisis propone haydeloUno, la singularidad; allí donde hay la segregación, el psicoanálisis propone un uso simbólico no segregativo, en tanto el significante es reducido a su materialidad y el fuera de sentido.
¿Cómo ser garantes de esto? La Escuela.
Es esta nuestra responsabilidad de Escuela y lo que permite decir, que ella, en tanto que experiencia subjetiva, es el quinto concepto fundamental de la enseñanza de J-Lacan.
«De lo que es el psicoanálisis como práctica, se deduce que la garantía de que un analista es analista, sólo puede ofrecerla de forma válida una comunidad donde el efecto de un análisis, que es siempre confidencial, haya podido ser evaluado, por medio de dispositivos, tales como el control y el pase. Es lo que llamamos Escuela». (J-A Miller, Psicoanálisis y Psicoterapia, Freudiana No. 10).
Por eso, como decía J-A Miller hace unos años, es necesario que le digamos al público y al Estado, cuales son nuestros deberes.
1-El primer deber del psicoanalista es ser un psicoanalista. ¿Quién puede garantizar esto?
2-El segundo deber del psicoanalista es advertir al público de lo que es un analista, o sea, lo que no sabe y lo que puede prometer. El analista no sabe, es decir que no prejuzga de lo que te hace falta a ti en tanto que distinto de cualquier otro. No promete ni la felicidad, ni la armonía, ni la maduración de la personalidad, en la medida en que apunta más allá del principio del placer. Y puede, si se presenta la ocasión, prometer dejar en claro el deseo del sujeto, ayudarlo a descifrar eso que insiste en su existencia.
3-El tercer deber del psicoanalista es la responsabilidad de adecuar de forma proporcionada los efectos analíticos a las capacidades del sujeto para soportarlos. No todo sujeto puede o debe hacer un análisis. Lacan decía, «cuando un analizante piensa que es feliz de vivir, basta». Y si bien esto da cuenta de que veces funcionamos como psicoterapeutas, es decir desde el discurso del amo, también hay que decir, que pagamos por ello.
Que el analista, gracias a su formación, seré insistente en esto, no sea sin la pulsión de muerte, implica señalar la paradoja del deseo, que como se dijo no está relacionado con los bienes, ni el bien supremo, sino con el goce. «Lo único que alcanzan los hombres, señala Lacan, es una poca realidad» que da cuenta de una pérdida inaugural, desde donde el analista puede, apostar por la transmisión de la división subjetiva y la singularidad y tener una posición distinta a la del discurso del amo y de la ciencia para abrir la cuestión de la verdad y la pregunta por el sentido que es obturado. ¿Y eso qué quiere decir?
Es esta posición la que permite hablar al otro, desde un lugar diferente al imperativo universal del discurso del Amo que nos ubica del lado del «todos» y bajo la consigna de la adaptación, como hacen las psicoterapias. El Psicoanálisis no es una terapéutica como las demás. Porque el psicoanálisis es la única disciplina aplicada a la terapéutica que toma el síntoma como una invención del sujeto y no como déficit. Hace un tiempo, nuestro colega Gustavo Stiglitz señalaba que cuando un síntoma es tomado como déficit, debe ser reparado, extirpado, mientra que el síntoma como invención es una producción del sujeto a partir de restos, restos de historia, de palabras oídas, de imágenes, de fantasías. (Tal como testimonió nuestra AE, «hacer con lo que tengo en las manos»)
La formación permanente de los analistas, implica diferenciar el psicoanálisis de la psicoterapia en un sentido teórico, práctico y político. Se trata de ver en qué condición funcionamos como analistas. Cuándo sostenemos un papel psicoterapéutico y cuándo estamos del lado del psicoanálisis.
Nos quieren muertos. Se dice constantemente que el psicoanálisis no sirve. Sin embargo, al mismo tiempo que se constata que el inconsciente es hoy un saber común, está inserto en la cultura, en las artes, en la política, resulta insoportable, la novedad del discurso psicoanalítico, en tanto es inclasificable y singular, al lado de las nuevas formas del discurso del amo. Ese es su poder.
La cuestión será saber cómo ubicarnos frente al discurso del amo y en ese sentido diferenciarnos de la psicoterapia, de la sugestión de la palabra y de la identificación que pide siempre ese discurso, para ir mas allá del sentido, para dejarnos orientar por el sin-sentido.
La brújula marcada por J-A Miller al respecto, retoma la orientación de Lacan. Dos ejemplos.
El primero se refiere al intento del poder público de regular las psicoterapias incluyendo al psicoanálisis, pues sabemos que nuestra Escuela no otorga títulos, ni da reconocimiento estatal. Miller propone relacionarnos con los poderes públicos, en lugar de confrontarse con ellos. No se trata de luchar contra, sino de obtener un reconocimiento estatal, como sucedió en Italia, cuando se reconoce el título de psicoterapeuta, como especialización, dejando con ello abierto un campo para la Escuela, titularse como psicoterapeuta no es titularse como psicoanalista, más bien implica poder decir por qué no se es psicoterapeuta. La Escuela podrá verificar que psicoterapeutas, qué psicólogos, devienen analistas. Esta orientación marca no sólo un modo de situarnos frente al discurso estatal, y con ello definir la operación analítica frente a lo que no es psicoanálisis, es decir las psicoterapias, sino definir la operación analítica dentro del marco del psicoanálisis mismo.
El segundo ejemplo hace referencia a los fenómenos de masa, frente a lo que Lacan propuso el psicoanálisis aplicado.
Aquí es necesario introducir un segundo movimiento trazado por Miller en el año 2001, donde coloca de un lado psicoterapias y del otro psicoanálisis puro y psicoanálisis aplicado, que antes había quedado del lado de las psicoterapias por medio de la palabra. Se produce un corte radical con las psicoterapias. Lo que aparecía como terapéutica en el psicoanálisis se presenta ahora como aplicación del psicoanálisis a ciertos campos sociales como la salud mental, los campos del malestar de la civilización. Es un proceso de descentramiento, que implica que el psicoanálisis aplicado es tan psicoanálisis como el puro. Pero si el psicoanálisis puro implica la producción de un objeto particular que es el psicoanalista, el aplicado es esta misma disciplina, pero sin esta exigencia de producto nuevo.
Un psicoanalista en la ciudad, uno que no se queda encerrado.
Si de un lado recomienda hacerse conocer en los ámbitos filosóficos, médicos, de la cultura y del arte, es decir, propone una conversación con la opinión ilustrada para hacer posible un movimiento de pensamiento que sostenga al Psicoanálisis en su diferencia con la psicología de las masas; de otro lado, se propone que el psicoanálisis pueda desarrollar plataformas de acción, que permita al psicoanálisis incidir tanto en políticas en el campo de las instituciones analíticas, como en las política en la ciudad. Reconocemos la batalla del autismo como un ejemplo de esto.
No por ello hay que creer, como dice Graciela Brodsky, que el psicoanálisis es necesario para la salud pública, para la educación o para el bienestar de los pueblos. El psicoanálisis sólo es necesario para los psicoanalistas. Es totalmente paradojal. No es un bien que le interese al Estado, por eso el Estado no se ocupa de formar psicoanalistas y por eso las universidades no producen psicoanalistas. Lo único que garantiza la existencia del psicoanálisis es que haya psicoanalistas. Como psicoterapeutas, el psicoanálisis no garantiza su propia existencia; lo único que lo garantiza es la formación de psicoanalistas. ¡Tenemos entre manos el porvenir del psicoanálisis!
No es suficiente con ser herederos, tampoco con el saber universitario. Se requiere de la Escuela.
Ella se propone como una necesidad lógica que, al tiempo que permite contrariar los efectos de grupo, en tanto tiene como brújula la locura de cada uno, el propio anudamiento sintomático que trata a su manera lo imposible de la no relación, apoya la existencia del psicoanálisis y la formación psicoanalítica permanente de nosotros los analistas, en tanto se constituye en un medio de verificación de lo que se formula en la enseñanza acerca de la formación de los analistas.
La invención de Lacan ha sido formidable. Se diferencia de la Institución creada por Freud, que al contrario de tener como fundamento la autoridad del Nombre del padre, es no-toda e inconsistente; se sostiene en el agujero en torno al cual cada uno inventa el inconsciente para desde allí autorizarse (G. Stiglitz. Caldero No. 24).
Y como dice nuestra colega Leda Guimaraes, muy acertadamente, la Escuela contribuye a la posición subjetiva analítica de los psicoanalistas, en tanto hace valer la posición inhumana, esa maldad propia de cada uno.
Al contrario de sostener jerarquías de poder, propone la disyunción de ellas a través de los grados (AP; AME; AE);
Al contrario de proponer la alineación imaginaria propia de los grupos de estudios, propone la disyunción de esto a través del cartel;
Al contrario de mantener el saber dogmático sobre lo que es un analista, propone la disyunción de esto a partir del Pase, que interroga permanentemente lo que es el psicoanalista y el psicoanálisis.
La Escuela esta hecha para promover la formación analítica permanente. Vivir pasando, para parodiar a Lacan.
Me tomo muy en serio la posición analítica, no solo por la función que presido en el momento y por dos años, sino porque la Escuela ha constituido para mí una experiencia de formación, una experiencia subjetiva.
Me he formado y continúo formándome en ella. El efecto ha sido encontrarme con el amor por mi deseo. Es lo que me tiene aquí.
En ese sentido tengo que decir que ha funcionado al modo de un encuentro traumático. Cada demanda ha sido para mí una interpretación a la que he consentido, confrontándome con la propia sujeción al Otro y la implicación de goce en juego. Inhibiciones, síntomas y angustias, pero también actos, dan cuenta de mi elección transferencial.
Para terminar quiero dejarlos con un testimonio de Lacan (Conferencia sobre la ética del psicoanálisis en Bruselas).
«Cuando se viene a escuchar a un psicoanalista, se espera escuchar, una vez más, un alegato sobre la cuestión discutida, que es el psicoanálisis, o incluso unas consideraciones sobre sus virtudes, que son, evidentemente, como es sabido, en principio, de orden terapéutico. Esto es precisamente lo que no haré esta tarde y, por lo tanto, es aquello que ustedes no deben esperar. A decir verdad, aquel que les habla, entró en el psicoanálisis lo bastante tarde, de tal manera que como cualquier persona formada, educada, intentando ubicarse en el campo de la cuestión ética por algunas de estas experiencias dichas de juventud.
Pero, en fin, está ya en el psicoanálisis desde casi bastante tiempo como para poder decir que habrá pasado cerca de la mitad de su vida escuchando… vidas, que se cuentan, que se confiesan.
Escucha. Escucho.
De estas vidas que entonces desde hace cerca de 4 septenios escucho confesarse delante de mí. No soy nadie para medir el mérito. Y uno de los fines del silencio que constituye la regla de mi escucha, es justamente callar el amor. No traicionaré, pues, sus secretos triviales y sin iguales.
Pero hay una cosa de la que me gustaría testimoniar, en este lugar deseo que acabe de consumarse mi vida. Es así. Es esta interrogación, si puedo decir inocente, e incluso este escándalo que, creo, permanecerá palpitante después de mí, como un deshecho, en el lugar que habré ocupado y que se formula aproximadamente así:
Entre estos hombres, estos vecinos, buenos o incómodos, que son lanzados a este asunto al cual la tradición ha otorgado nombres diversos, del que el de la existencia es el último venido de la filosofía, – en este asunto, del cual decimos que lo que tiene de cojo es lo que queda más comprobado, ¿cómo es posible que estos hombres, soporten cada uno de ellos un cierto saber o mas bien son sostenidos por él? ¿cómo es posible que estos hombres se abandonen los unos a los otros, presa de la captura de estos espejismos por los cuales su vida, al desperdiciar la ocasión deja escapar su esencia, por los cuales su pasión es puesta en juego, por la cual su ser, en el mejor de los casos, no alcanza sino ese poco de realidad que no se afirma sino por no haber sido decepcionado nunca?
He aquí lo que me da mi experiencia, la pregunta que lego, en este punto, al tema ético. Reúno lo que hace, para mí, psicoanalista, en este asunto, a mi pasión.
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