Argumento

ARGUMENTO PRIMERAS JORNADAS NEL-SANTIAGO
De singularidades y a-normalidades. Época y discurso analítico.
No demoraremos en situar lo crucial: la anormalidad orienta la práctica analítica, no sólo porque el síntoma es resorte de lo que se juega en nuestra experiencia clínica, sino, principalmente, porque siendo ese síntoma irreductible, incurable, no queda sino pensar la subjetividad comandada por un agujero en el sentido, por un factor anormal determinante.

Tiene su nervio retomar esto ya finalizando el primer cuarto del siglo XXI y recordar que, en los albores del siglo XX -no hace mucho-, Freud inventaba el psicoanálisis en torno a ese emergente anormal para la medicina llamado histeria. Por los mismos años la física se desconcertaba con la organización cuántica de la radiación que introducía un anómalo agujero en las clásicas expresiones continuas de la energía; la matemática, a su vez, queriendo resolver el universo numérico en un alentador formalismo conjuntista, fracasaba estrepitosamente mostrando sus bordes anormales también. Para rubricar el despertar enrarecido de aquel siglo, Durkheim nombraba con la palabra “anomia” la constatación del declive normativo de la estructura social, de su capacidad de dar sentido a la vida. Esto último es lo que Lacan llamó declinación del Nombre del Padre y así sellaba la conclusión, presentida en tantos ámbitos, de que no hay orden que pueda elevarse como necesario, último, natural, universal… normal.

La anormalidad ha sido reivindicada en el curso del siglo XX, Foucault mediante y, digámoslo, Lacan mediante también. La teoría deconstructivista, la teoría queer, el decolonialismo, soltaron las amarras de la tradición y, con voz crítica, liberaron una infinidad de tomas de posición posibles en la escena del mundo. Consecuencias prácticas, legales y lógicas acompañaron y sucedieron esta lectura crítica. Entre ellas, vemos erguirse el discurso por los derechos; figuran tanto los derechos exigidos por aquellos que se sentían excluidos, derecho a ser respetados como uno más en la norma general, como los exigidos por aquellos que recusan de esa norma elevando el derecho a ser validados en su anormalidad, no el derecho a ser uno más, sino a ser distintos y, llegado el caso, a ser únicos. Una primera forma de la singularidad aparece ahí. Miller supo acusar cierto destino lógico de esta última disposición al atribuirle dos axiomas: separatismo y supremacía. Allí la pasión de ser lo que se es, puede elevar la segregación hasta la incandescencia y empujar la guerra de todos contra todos, también advertida por Miller. Las formas de malestar derivadas de exigir derechos nos interesan, en ambas vertientes. Nos interesan también las nuevas formas de organización colectiva de ciertos rasgos particularizados de ser, ciertos modos reivindicados de gozar; nos serviremos allí de lo que Laurent llamó “comunidades de goce” para investigar sus expresiones y paradojas. Finalmente, otro modo de segregación en el que querríamos detenernos – ¡curioso destino el de la segregación, que alcanza tanto a lo progresista como a lo reaccionario! – es el redoblado llamado al orden y a la norma, los hipernormalistas que alzan un ideal de hombre de bien, normal.

En el Chile actual vemos destellar diversas aristas de este vasto paisaje que empezamos a trazar. “Nueva normalidad” es una fórmula que arrojó la vida pandémica, dejando como saldo insólito el que muchos encontraran su arreglo en el aislamiento y distanciamiento social, cuestiones que empezamos a escuchar en nuestra práctica. También desde las consultas y divanes llevamos más de dos años escuchando consecuencias de lo que el estallido social sacudió ¿Qué normalidad habitábamos? ¿Qué nuevo orden surgirá o haremos surgir?, y allí cada uno sueña con avanzar, retroceder, cambiar, reaccionar, ¿conviene lo antiguo, lo nuevo?, ¿se progresa?, ¿se fracasa mejor? Por otro lado, están los que se parapetan en sí mismos, como decíamos más arriba, sólo mi goce vale, mi opinión, mi modo de estar no sin, muchas veces, la urgencia de mostrarlo a los demás. ¿Cómo entra esto en la salud mental o en las disposiciones de las nuevas generaciones? Estas jornadas invitan a interrogar estos asuntos candentes: la despatologización, la transexualidad, el retorno de los protocolos y el para-todos en las instituciones de salud, aquello de que “todo el mundo es loco”, los modos actuales de malestar en la niñez y en la adolescencia, entre otros relieves por recorrer.

De singularidades y a-normalidades. Miller en “Una fantasía” sostiene que el discurso analítico tuvo que ver con los derroteros de la subjetividad en el curso del último siglo, y con el hecho de que en el cielo social comande aquello que cada uno elige como estilo de vida, de goce, de consumo: el “objeto a” en el cielo, la a-normalidad de la época. Le preocupa esta constatación y llama al psicoanálisis a encontrar su torsión diferenciadora. Es decir, ¿qué diferencia el “objeto a” (el plus de gozar) en el cénit de la época industrial, del “objeto a” que comanda el discurso analítico, que sabemos tiene a ese objeto de agente? A su vez, cabe plantearse, ¿qué diferencia la singularidad del ser único, aquel que eleva su propia opinión a axioma indiscutible, de ese punto incomparable que habita en el síntoma y que, en el fin de análisis, se singulariza como un modo propio de hacer con el goce y que Lacan llamó sinthome? Son las preguntas y el movimiento de investigación que interesan en estas primeras jornadas de la sección NELcf-Santiago, con las que nos hacemos cargo de que el real de la civilización hipermoderna nos concierne.